BOGOTá, DE ESPALDAS A LOS CERROS

Cuando fui a trabajar a República Dominicana el año pasado, una de las cosas que más me impresionó, además de la naturaleza espectacular de ese país, es la manera en la que está construida la capital. Todo el desarrollo de Santo Domingo: los restaurantes, hoteles y vivienda nueva está construida hacia el interior de la ciudad, de espalda al mar. Aunque parecería obvio que uno de los mayores atractivos es la vista al mar, poco han hecho por explotar la belleza de la zona costera. Se hizo un malecón peatonal nuevo en la zona urbana recientemente, pero falta mucho por hacer para realmente aprovechar el mar e incorporarlo a la ciudad. Lo mismo dirán los dominicanos sobre Bogotá y nuestros cerros orientales.

Aunque tenemos una reserva forestal de 13.000 hectáreas bordeando la ciudad, los bogotanos le damos la espalda. Las montañas que cruzan de sur a norte la capital están llenas de bosques nativos, cascadas, cañones rocosos, pájaros, flores y fauna exótica. Aun así, la gran mayoría de los ciudadanos no los conoce y no los puede disfrutar. Son solo un paisaje lejano. A millones de personas que viven en barrios con pocos parques y contacto con naturaleza les cambiaría la vida si tuvieran la posibilidad de disfrutar de los cerros. Son relativamente pocas las personas que han subido y recorrido los cerros, y muchísimas menos las que lo hacen con frecuencia, lo cual es entendible. Apenas hay unos pocos caminos habilitados que están abiertos únicamente unos ciertos días y por pocas horas en la mañana, y además, en algunos casos, se tiene que hacer una reserva previa para poder subir. En caso de lograr conseguir el cupo, también existe el riesgo de que, cuando vaya y esté subiendo, sea víctima de un atraco. En algunos casos, incluso puede que lo dejen amarrado en mitad de la montaña, como ha sucedido en varias ocasiones. Falta mucho para que la gente realmente pueda disfrutar de los Cerros Orientales.

Uno de los grandes obstáculos para mejorar la integración entre los Cerros y los bogotanos es el ambientalismo o, más bien, un pseudo ambientalismo. Para unas personas y grupos, la montaña no debe ser transitada (sino por ellos). Sin embargo, la preservación de la naturaleza no debe estar atada a su desuso, por ejemplo, proyectos como el cable que conectaba Usaquén con el parque San Rafael, o el Sendero de las Mariposas, un camino peatonal que cruzaría la ciudad de sur a norte por las montañas. Obras emblemáticas como estas cambiarían la cara de la ciudad y ayudarían a que los ciudadanos tuvieran más acceso a la montaña. Podrían además ser atractivos turísticos y generar empleo para guías y negocios que nazcan a partir de estos desarrollos.

Para bien o para mal, los Cerros Orientales corren paralelo a una ciudad de 10 millones de habitantes, de manera que no pueden –ni deben– ser tratados como si fueran el Chiribiquete. En vez de alejar a los ciudadanos de los Cerros, se tiene que estar haciendo todo para ver cómo se pueden integrar a la cotidianidad de las personas. Un desarrollo exitoso de este modelo, ejecutado de manera sostenible, haría de Bogotá una ciudad única. La mejor manera de proteger los cerros es que los ciudadanos los conozcan, los disfruten y los cuiden.

El otro gran problema del manejo de los Cerros Orientales es la seguridad. Es realmente humillante que una pandilla de 10 pelagatos armados puedan someter a toda una ciudad. Ha existido una gran negligencia histórica por parte de las alcaldías frente a este problema. Si bien es cierto que hace falta una mejor infraestructura de caminos, centros de comunicación y control para que la fuerza pública pueda atender mejor esta situación (que podría mejorarse con proyectos como el Sendero de las Mariposas), igual no es suficiente. Un ataque frontal a las bandas que atracan en la montaña podría solucionar el problema en poco tiempo, pero no ha habido la voluntad de hacerlo.

Nuestros Cerros Orientales deberían ser el corazón de la ciudad, como lo es el mar en Río de Janeiro o el Sena en París. Una integración exitosa entre Bogotá y su icónica montaña podría convertir a la capital en una ciudad única. Creando senderos que recorran la montaña con miradores con vista a la ciudad, cables que lleven a las personas a los picos que tengan restaurantes y espacios culturales, con puntos de acceso a diferentes horas. Tener senderos accesibles no solamente a atletas, sino también a adultos mayores, niños y personas con alguna discapacidad, por lo menos en algunos tramos. Los ciudadanos de menores recursos, que no tienen la posibilidad de viajar con facilidad a lugares de recreo y vacación, serían los que más apreciarían la posibilidad de disfrutar de la montaña. Todo esto se puede hacer de manera sostenible y responsable con la preservación de la naturaleza, como lo hacen en una gran cantidad reservas forestales urbanas en California, un estado que se destaca por su visión ambiental.

Toca pensar en grande: visiones como esta son las que ayudarán a que Bogotá, cada vez, sea una ciudad más icónica y relevante, que atraiga el mejor talento y en donde más gente quiera vivir e invertir su tiempo y dinero.

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