EL TURISMO QUE HA GENERADO UNA GéNESIS DEL PERDóN EN LA COMUNA 13

Desde los traumáticos vestigios del narcotráfico hasta la resiliencia palpable de quienes le llaman hogar. Desde los ojos de Marlly Múnera se vislumbran destellos de esperanza a medida que la comunidad busca resistir, reconstruir y trascender las sombras del pasado hacia un futuro más prometedor basado en el turismo.

Se escuchan parlantes a punto de estallar con vallenato, salsa choque y hip hop. Hay sonidos de motos, trovadores, vendedores con sus negocios de gorras, imanes, llaveros y camisetas con la cara de la cantante Karol G tratando de despachar toda su mercancía a los grupos de extranjeros que se asoman por la zona. Así es el punto de partida del Graffiti Tour Comuna 13, calle 38 del barrio 20 de julio, Medellín. En medio del desorden y bullicio en la entrada del sector, sin duda, cada persona llega a ese punto, con o sin expectativas, para sumergirse en esta famosa comunidad impulsada por el arte del graffiti y el turismo. Se topan, en suma, con originales diseños de múltiples paletas de colores plasmados en las paredes del barrio que dejó las armas muchos años atrás.

El 12 de julio del 2000 fue el día en que la vida de Marlly Múnera, líder social desde hace 13 años y contadora de historias de la comuna, se transformó. Había una lista con nombres. No era nada nuevo en la época, listas iban y venían de vez en cuando por las colinas destapadas del sector, pero ese día habían pasado un grupo de personas que iban a ser asesinadas en la cancha de básquetbol Las Independencias #1. Ese era el lugar que poco a poco se iba convirtiendo, según Marlly, en ese entonces una mujer de 16 años, en un “basurero de muertos”: la antigua ladrillera de una familia difunta que se había convertido en un muladar y donde los grupos armados al margen de la ley mataban a personas inocentes.

Las invasiones en las montañas occidentales de Medellín abundaban desde los años 40, donde las pocas casas eran de madera y tenían techos delgados de zinc que, con los rayos de sol y las tormentas incesantes, simulaban el sonido de una metralleta perforando el material metálico. Poco a poco se fueron poblando más y, con el tiempo, estas comunidades comenzaron a presenciar lo que muchos llamaron, una narco guerra entre Pablo Escobar y su Cartel de Medellín contra los PEPES (los perseguidos por Pablo Escobar) y el Cartel de Cali.

La Comuna 13 experimentó una dinámica parecida a las demás de Medellín, donde el oficio del sicariato vinculado al narcotráfico aumentó debido a la ausencia del Estado. La gran tasa de desempleo que, según el DANE, para el año 1990 se encontraba en 12,4%, se incrementó hacia el año 2000 casi un 10% más. Con un salario mínimo de $32 mil, los jóvenes veían más favorable dedicarse al oficio ilegal sabiendo que, como Rochi Montes Barrientos, uniformada de la Policía Nacional de Medellín afirma: “Pablo Escobar pagaba millones por asesinar agentes, suboficiales, oficiales y miembros del Bloque de Búsqueda”.

Se sabía que ese día de julio del 2000 nadie debía salir en la noche. La casa donde vivía Marlly quedaba justo enfrente de la cancha y en ella se encontraba su madre y sus hermanos, quienes tenían un carro de comida con el cual subsistían, pero que decidieron mantener guardado. Marlly, extrañada por ese hecho, le preguntó a su hermano Jofer, un hombre de 18 años, sobre esa irregularidad, a lo que él respondió:

—- Es que ayer me robaron los guerrillos — dijo con miedo.

“Me robaron los guerrillos” era una forma de amenaza común de los grupos armados de la Comuna. Jofer y Marlly, asomados desde su casa, alcanzaban a ver a los hombres que lo habían amenazado, por lo que mientras intentaba mantenerse serena, convencía a su hermano de que los paramilitares siempre frecuentaban esos lugares, pero debía tener precaución. A las 7:30 pm salieron a comerse un helado y se despidieron. La distancia se fue haciendo más grande, cada paso que su hermano daba hacia la colina de la casa de su novia, una mujer de 30 años habitante del sector, para Marlly representaba la caída hacia un precipicio sin fin. Ese temor, esa pesadilla advertida, sucedió. 12 tiros a Jofer Múnera, un joven estudiante de Psicoanálisis y la alegría de la familia.

El dolor no fue motivo para que la guerra en la zona cesara, pero incluso desde las décadas de 1980 y 1990, debido a la crisis del modelo de desarrollo económico antioqueño, Medellín hizo un cambio de su vocación económica que la orientó hacia la internacionalización como ciudad de servicios, de eventos, ferias y de turismo, lo cual presupuso la pacificación de la ciudad para lograr el control de los territorios. Su importancia se plasmó en la Ley 300 General de Turismo, expedida en 1996, que señaló a la ciudad como importante industria para el desarrollo del país y sus entidades territoriales según el Congreso de la República de Colombia en 1996.

Con 12 operaciones militares, el Gobierno buscaba terminar el dominio de las milicias urbanas, pero fueron 2 de ellas las más significativas en la vida de las víctimas de dicho conflicto: la Operación Mariscal y Operación Orión. La primera, el 21 de mayo del 2002. 12 horas de fuego continuo. Y, la segunda el 16 de octubre del mismo año, la acción armada de mayor envergadura en un territorio urbano en el marco del conflicto armado en el país, según el libro La huella invisible de la guerra: Desplazamiento forzado en la Comuna 13.

La mayoría de los miembros de la Comuna 13 han basado su biografía, sus procesos de duelo y las heridas, para canalizar actos de reparación y resignificación, por lo que, con los años, han fortalecido el concepto de “memoria, arte y vida”. “El odio no se tragará mi memoria, mi memoria me indica el paso a seguir. No porque seamos contadores de historias hemos olvidado los hechos victimizantes que nos marcaron cuando fuimos niños y adolescentes, simplemente dimos un paso adelante y construimos sueños para que otros niños no vuelvan a vivir lo que nosotros vivimos”, afirmó Marlly Múnera.

Lo cierto es que la presencia del turista como nuevo actor que se apropia del espacio público no fue un proceso casual y rápido, pues Medellín pasó de ser la ciudad más violenta del mundo en 1991, según la Secretaría de Seguridad y Convivencia de Medellín, a ser reconocida en la actualidad como ciudad modelo y turística, con un incremento del turismo del 42%, como afirma la Secretaría de turismo de Medellín, y manteniendo un crecimiento constante. En 2022 ingresaron 1.663.461 visitantes al barrio de San Javier en la Comuna 13,  un promedio de 138.662 turistas mensuales, convirtiéndose en el segundo destino más visitado del país después de Bogotá.

Hoy no pasan segundos desde que cualquier turista se baja de un carro frente a la entrada del distrito y es abordado por alguna mujer habitante de la zona que se encuentra vestida igual que sus compañeras: Camiseta tipo polo color azul rey, turquesa o blanco, su nombre bordado en la parte derecha de su pecho que se contrapone al pequeño logo de alguna empresa de turismo acompañado de la palabra “Guía”, jeans, tenis y una gorra. Mujeres que se apresuran hacia sus clientes para intentar ser las primeras en engancharlos con su relato, que busca explicar la posibilidad de que corazones dolidos y no reparados se transformen y que se expresen a través de paredes grafiteadas o un empleo digno.

En 2004, desde las calles de la Comuna 13 nació el festival de hip hop Revolución sin muertos, para mejorar la percepción externa de la zona. Pero con el tiempo, asesinaron a los líderes sociales, y en memoria de Héctor Pacheco “Kolacho” (uno de los cantantes) surgió la primera casa cultural Casa Kolacho. Esta impulsó la creación de 28 operadores turísticos y creó el concepto del graffitour. Según la Universidad de Antioquia, el 60% de las empresas que ofrecen el recorrido no superan los cinco años de creación, 296 millones de pesos es el promedio que ingresa a este sector mensualmente y, 3.561 millones de pesos anuales.

Para Jhon Ferley Ciro, encargado del Graffitour y guía de los recorridos en Casa Kolacho, la expansión de esta oferta es un reflejo de apropiación del territorio y crecimiento social, aunque percibe con preocupación el desconocimiento histórico de algunos oferentes. “Muchas veces lo hacen sin ningún conocimiento previo, sin saber qué significan las obras, sin conocer la historia del territorio y esto sucede normalmente con las agencias externas”, dice.

Las intervenciones urbanas planteadas en el Plan Estratégico de Turismo 2018-2024 se ven por medio de la estación del metro de Medellín en San Javier, el Metrocable con sus 4 estaciones adicionales y el proyecto de las escaleras eléctricas iniciado en el 2010 y culminado en el 2012. Fueron 350 escalones de cemento que fueron reemplazados por 6 tramos de escaleras eléctricas. La inversión alcanzó los 3.5 millones de dólares en la alcaldía de Alonso Salazar.

Aun así, la popularización del sector no cuenta con una estrategia concreta de desarrollo territorial y económico integral que lo transforme. Sin un sistema de gestión turística, existen ciertos riesgos, afirma Laura Moreno Segura, consultora internacional, experta en desarrollo urbano y territorial sostenible, en un artículo para el periódico El País

Leidy Alandette y Marlly Múnera fueron testigos de uno de esos riesgos, y es la explotación turística. Se toparon con empresas que tenían un presunto compromiso social con niños que tenían mucha necesidad en la Comuna, pero se dieron cuenta de que no tenían ninguna intención genuina de ayuda, sino que solo intentaban generar ingresos a través de los tours, no un beneficio adicional para los habitantes.

Frente a ello, Leidy y Marry, por sus propios medios, comenzaron su emprendimiento Sembradores de Amor, haciendo recorridos por su cuenta, y sosteniendo su propia fundación de niños y abuelos mediante  las ganancias que genera su galería de arte, un emprendimiento más dentro de los miles que ahora residen en las calles del sector.

A pesar de que turistas y habitantes comparten el mismo espacio geográfico, para el visitante el espacio que visita representa seguridad, lo cual es distinto para el local que está sometido todavía a los grupos ilegales, a extorsiones y amenazas. Por lo anterior se puede entender que la seguridad corresponde a una parte de la imagen de transformación que se quiere proyectar del barrio para ser vendido a los turistas. No se omite, claro, que Medellín es ahora la ciudad capital con mejores indicadores en descenso de homicidios en Colombia y está por debajo de la tasa de homicidios nacional casi en un 50%.  Los últimos tres años han sido los menos violentos de las últimas cuatro décadas, según las estadísticas de Policía Metropolitana, Fiscalía Seccional y el Instituto de Medicina Legal.

“Nosotros sabemos que no les vamos a cambiar la vida ustedes con una pintura, pero sí queremos que ustedes vean la vida de otro color... así fue cambiando nuestra mentalidad”, afirmó Marlly Múnera.

Las escaleras eléctricas, las casas culturales del sector, los grupos de bailarines, los raperos o los trovadores, son la esencia pura de las calles del sector de San Javier, en la Comuna 13, una de las 16 que hacen parte de la ciudad de Medellín, en donde  personas con historias como las de Marlly Múnera trabajan a diario para cambiar los estigmas, romper las barreras del dolor y transformarlo en servicio y crecimiento.

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