IDENTIDAD

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Hace poco leí un artículo titulado Incómodos en la zona de confort. El autor trataba de explicar las razones por las que cada vez más gente se apunta a pruebas extremas. No es suficiente correr una maratón: ahora tiene que ser en el desierto. O no basta con hacer una carrera de montaña: ahora tienes que superar una ultratrail en los Alpes.

Estas pruebas suponen una alta exigencia física y una importante dedicación de tiempo en su preparación. Pienso que detrás de estos fenómenos hay razones deportivas, sociales y especialmente psicológicas.

Mi tesis es que muchas personas vinculan su identidad con estas gestas. Soy esta persona capaz de esta heroicidad –pensamos–, me he demostrado que puedo, estoy en forma, tengo una buena imagen corporal. Esta hazaña define quién soy, mi entorno me conoce por estas proezas, que son lo que me prestigia. El deporte es la guía de mi existencia.

El error de confundir nuestra identidad

Hay psicólogos que hablan de adicción al deporte, con una alteración psicológica de fondo. Es una cuestión muy estudiada y definida en el caso de los deportistas de élite. Cuando el atleta profesional confunde su identidad con el deportista, tiene un problema grave, que explotará en el momento de su retirada. “El deportista se va y se queda la persona”, afirmaba Andrés Iniesta. Y es que, si la identidad de una persona se basa en lo que hace, por muy brillante que sea, tarde o temprano se desmoronará como un castillo de naipes. Una vez asistí a una conferencia de un jugador de balonmano que anunciaba su retirada y decía: “Siento que lo mejor de mi vida ya ha pasado”. Es evidente que las sensaciones y experiencias que había tenido eran impresionantes, pero a los 30 años no es bueno tener esa mentalidad de ‘viejo’, sin proyectos ilusionantes de futuro.

Phil Jackson, uno de los mejores entrenadores de baloncesto, que dirigió al inolvidable Michael Jordan en los Chicago Bulls, lo tenía muy claro: “Nuestros objetivos van más allá de la victoria”, aseguraba en una de sus frases más recordadas. Por eso, también señalaba que “el baloncesto no es lo más importante en la vida”.

Las prioridades reales de un campeón

Hace unos días, Scottie Scheffler ganó por segunda vez el Masters de Augusta. Lleva más de 80 semanas como número 1 del mundo. Recientemente se ha cambiado el coche, que tenía más de 200.000 kilómetros y 10 años de antigüedad. Seguro que su cuenta corriente tiene muchos ceros, pero el éxito no le ha cambiado su forma de vivir, tiene otras prioridades en la vida, como la familia y, por encima de todo, tiene muy clara su identidad. En la rueda de prensa posterior a su último éxito, afirmó que le encanta ganar y detesta perder, pero que tal como le recordó un amigo antes de empezar la última vuelta: “mi victoria ha sido asegurada en la Cruz, es un sentimiento muy especial tener conciencia de que estoy seguro para siempre, que da igual si gano o pierdo el torneo, mi identidad está asegurada”.

La identidad no depende de la opinión de otros. Ni de los resultados o de la apariencia física. Ya se lo preguntaban los pensadores griegos: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?

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